sábado, 13 de abril de 2013


Mi historia es posiblemente muy similar a la de muchas personas ‘gordas’.
Nací en el seno de una familia judía, y como buena familia judía que se respete, la vida giro por mucho tiempo alrededor de la comida; Cenas de Shabat, cenas de cumpleaños, cenas de festejos, cenas de conmemoración, ¡cenas, cenas y más cenas!
Una de las maneras para demostrar amor por parte de mi mama era la de hornear golosinas especiales para nosotros, mi abuelita al igual que ella también nos regalaba galletas y tortas, así la comida y el cariño iban de la mano.
Mi papá y mi mamá se divorciaron cuando yo era muy pequeña, y las salidas con mi papá también giraban en torno a la comida, cuando íbamos a visitarlo los fines de semana, el programa no era programa si no incluía una visita a nuestro restaurante preferido, que en esa época era el Ranch Burguer con unas deliciosas y supergracientas hamburguesas. Dormir en casa de mi papá además de incluir la visita al restaurante, debía contener golosinas, cualquier viaje debía traer como regalo algún chocolate, y los desayunos en casa de mi papá comenzaban con un delicioso jugo de naranja en cama.
Donde mis abuelos la cosa no era muy distinta, en su casa había que terminar todo aquello que estuviese servido, y mi abuelita ‘Babi’, pasaba días enteros preparando las delicias que llegaban a su mesa, las cuales si no comíamos se convertían en motivo de culpa, ya que ella nos recordaba cómo había trabajado durante toda una semana para prepararlas.
En casa de mi mamá la cosa era un poco diferente, pero también los manjares tenían su lugar de honor. De pequeña, Yo no era una gran ‘gourmand’, ¡Ni siquiera me gustaba comer!, masticar me aburría y hasta los 11 años escuche: “Sandra por favor acábate la comida”, “Sandra si no comes no te damos el postre”, “Sandra acábate toda la carne”, “Sandra ¡tienes que comer!”; Increíble pensar que algunos años después la cantaleta seria: “¡deja de comer tanto y así adelgazaras!”.
Como la tarea de hacer que comiera no era fácil y a mí no me gustaban muchas cosas, mis padres descubrieron que me gustaba el pan y la crema, ese fue mi régimen alimenticio por varios años, pan, crema y sal ¿Se imaginan?; Así pase mi infancia, entre restaurantes, chocolates, pan con crema y jugo de naranja en cama; Ahora que lo pienso ¡es un milagro que no sufra de colesterol alto!
Mi vida en materia alimenticia estaba más o menos resuelta hasta que me desarrolle y ahí ¡¡¡se jodió todo!!! Comencé a ganar peso y pase de ser una niña flacucha a una niña con curvas y redondeles que me producían mucho pudor y vergüenza; yo fui una de las primeras que se desarrolló en mi curso, y verme tan diferente me causaba mucha angustia. Mis caderas comenzaron a ensancharse y la promesa de estirarme nunca sucedió, Si crecí, pero fue más lo que crecí a lo ancho que a lo largo, y lo primero en rellenarse fueron mis senos y mis glúteos, comencé a sentirme inadecuada, diferente, ¡GORDA!
Conoces la expresión ‘al caído caerle’ (?), pues bien por si fuera poco, este cambio biológico coincidió con cambio de colegio y nacimiento de una nueva hermana, y para complicar un poco más las cosas, mis amigos comenzaron a molestarme con el cambio de mi cuerpo; comenzaron por decirme que parecía una almohadita, me llamaba ‘el rollito’.
¡Tenía que adelgazar! ¡Tenía que parar ese proceso biológico! ¡Esto tenía que parar!

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